lunes, 7 de diciembre de 2009

El Hombre de las Mil Tormentas

Esa madrugada de Julio estuvo marcada por dos acontecimientos fuera de lo común. Primero, la gran tormenta, esa terrible furia que los cielos desataron en medio de la noche, tapando la luna y las estrellas, llevándose todo el pueblo de Funes con sus huracanados vientos y sus lluvias imparables.

El otro acontecimiento (aunque contemporáneo al primero), comenzó a gestarse ocho meses antes del diluvio de Julio.

¿Cómo llegó a refugiarse ella en el viejo molino?, nadie lo sabia. ¿De qué escapaba? nadie estaba enterado. Lo cierto era que huyendo de un gran mal, o quizás de la misma tormenta, Doña Rosa se metió bajo los cobertizos de paja y allí se escondió. La noche llegó a su plenitud y antes de que la luna pudiese asomar su rostro, las nubes todo lo ocultaron. Allí, la única persona que había llegado después de las sirenas de alarma, se enfrentó con la ira de dios. La noche se volvió carmesí y el polvillo comenzó a elevarse en los caminos de tierra. Los carteles se balanceaban de izquierda a derecha hasta caer en el suelo para ser arrastrados y perderse en algún lado. Y de más está decir que Doña Rosa, en su vientre, llevaba un niño.

No quedaba más techo. Las enormes aspas ya habian sido destruidas y Doña Rosa, prácticamente ahogada en un barrial de escombros y suciedad, vio a la muerte cara a cara. Le rogó por misericordia pero esta ni sabia cual era el significado de tal palabra. Le imploró, en su último aliento de vida, que tomara la suya y no la de su hijo, la cual era inocente. Y de repente, la tormenta desapareció.

Horas más tardes encontraron a Doña Rosa. Aún con vida, solo tuvo fuerzas para pronunciar un nombre, el mismo con el cual llamaron a su hijo, al cual salvaron aquel día. Sin embargo, con ese último suspiro, la muerte había cobrado lo que le correspondía.

Aquí comienza la historia de Amador, después llamado Amador Amilcar Suarez, el hombre de las mil tormentas.