martes, 2 de noviembre de 2010

El Dulce Sabor de lo Macabro

Era una imagen siniestra, la crónica de un mundo sin héroes ni milagros. En aquellos tiempos donde lo absoluto menguaba, de otoños grises y fríos, él decidió ir un paso más allá.

Se le acercó silenciosamente, cortando la oscuridad con un pequeño susurro de placer. La miró fríamente durante un instante, completamente hipnotizado. Reptó por los tablones del suelo esquivando la poca luz del ventanal y se congeló ante ella, erguido en todo su esplendor.

Durante unos minutos la contempló. Quieto y sin moverse, admiró su belleza, sus curvas, su cabello y su perfección. Analizó la distancia entre ellos, los obstáculos y el vacío. Se embriagó con su perfume y deseó poder derretirse entre sus brazos, hundirse en sus piernas.

Era ese momento el que guardaría para la eternidad en su cofre de los recuerdos.

Ellos dos, juntos. Ellos dos, separados. Ellos dos, solamente.

Nunca más Hoy, Para siempre, en la Eternidad
.

Mi Maldad, mi Naturaleza

Tú serás mi luz en la oscuridad, mi sol en la noche. Guiarás mis pasos y me llevarás por todos esos lugares que mi mente y mis sentidos jamás lograron comprender y siempre anhelaron conocer. Tomarás mi mano y me explicarás el Cómo y el Porqué de las cosas a nuestro alrededor.

Todo, deseo saberlo todo.

Aprenderé y viviré, una vez más gracias a ti. Beberé de tu boca y mataré la sed en tus labios. Exprimiré tu cuerpo hasta la última gota de sudor y lágrimas hasta que no quede nada más por conocer, nada más por entender.

Y entonces, cuando no haya más conocimiento el cual absorver, cuando estés marchita y vacía, serás libre, quizás, si es que así lo decido.

Ya que esa es mi maldad y mi naturaleza, la de hacer y deshacer, tal como mi voluntad lo desee.