lunes, 11 de mayo de 2009

El equilibro del fin

Es verdad, las reglas de la vida existen. Lamento informarles a todos aquellos anarquistas que creen ser libres de ir por ahí haciendo y diciendo lo que les plazca, que hay normas y fundamentos ineludibles que nos atan a una línea de conducta, por más extraño que suene. Son axiomas que mantienen al mundo funcionando, ya sea visible o invisiblemente, y sostienen el equilibrio de la balanza.

Sin que uno lo sepa, somos parte de un todo. Individualistas o no, el egoísmo que funciona como motor incluso de nuestros sentimientos y actos más altruistas y/o solidarios pertenece a la historia que debería y será contada. Aquí nadie decide, aunque cree hacerlo.

Pero no tiene sentido explicar más este punto, no sino puedo demostrarlo. Y lo lindo es que, esta vez, puedo hacerlo.

A continuación revelaré párrafos de esas reglas divinas. Extractos de filosofía universal que no se puede ver ni tocar. Como llegaron a mí, no importa. De todas formas, nadie me tomará en serio y por ende no corro peligro alguno. Suerte tengo si alguien incluso lee mis palabras.

Y dice así:

XZII (2) / En la vida que se conoce como tal, no hay destino. El fin es y será el mismo para todos. Aquellos que vean la luz comenzarán un camino cuyo final está escrito en estas reglas y aquí se denomina como La Muerte (Muer-t´e). Para todos, sin excepción alguna, ella llegará. Que cada individuo luche por como quiere encontrarla, pero una vez llegada, no hay nada más.

XZII (3) / Para aquellos individuos que supieron construir su camino dejando una enseñanza, ya sea para el bien o para el mal, habrá una compensación. Y aunque no escaparán a la muerte, su imagen continuará en la memoria de aquellos que aun conservan de forma constructiva o destructiva su legado.

XZII (4) / La duración en la memoria colectiva de las sociedades y culturas no se extenderá más de lo que estas decidan por si mismas. Dicho en las reglas y constituidas como tal, la línea de la vida puede ser curvada por los mismos que la componen. Sin embargo y aunque pueden tomarse diferentes caminos, el final seguirá siendo el mismo.

XZII (5) / Las normas y fundamentos aquí explicados no están exentos de individuos rebeldes y renegados. Ellos viven gracias a estas verdades. Buscarán la revolución de las ideas. Todos ellos entenderán llegado su momento que al final solo espera la muerte.

XZII (6) / Aprovechad el tiempo en vida. No temed a la muerte a la cual no se puede vencer. Dejad una enseñanza, dejad un legado y una memoria. El tiempo es, un regalo.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Thurmekhalaâbar


Dicen las malas lenguas que para llegar hasta Thurmekhalaâbar no es necesario conocer el camino, ni la dirección ni el lugar. Cuentan las historias que tan solo hace falta con encontrarse una noche en el cause de dos arroyos, a la luz de la luna y en un día de primavera. Si las condiciones están dadas entonces en el árbol más alto un cuervo se posará y graznará, pidiendo ser seguido.

Es la única manera, dicen, de llegar hasta la Ciudad donde se encuentra el más grande y antiguo mercado de almas que jamás haya existido. Allí, comandado por un tirano y perverso señor, se encuentra en el fondo de un valle desértico miles y miles de casas labradas en la propia roca. Iglesias de santas y demoníacas deidades conviven en paz y las pequeñas casas de bajos techos albergan personas de pasados oscuros.

En el medio de Thurmekhalaâbar (también llamada "El Terrario de la Codicia") se levanta todos los días del año un gran y extenso mercado. Sus tiendas de lino y seda aguantan los calurosos vientos de primavera y otoño, ofreciendo sus servicios a todos los viajeros que hasta allí lograron llegar.

Y no es un lugar cualquiera. En este sitio, regido por la avaricia y la ambición, luchan las necesidades más extrañas de la tierra. Como si fuese un pacto entre el bien y el mal, solamente allí puede la gente lucrar con aquello que nadie puede ver o tocar.

Angostos pasillos de adoquines se cruzan por doquier. La gente, sucia y cansada vaga con las manos repletas de monedas de oro, plata o cualquier otra cosa que sirva de material de pago o trueque.

En Thurmekhalaâbar y con un pequeño morral que contenía mi más grande tesoro, fui en búsqueda de una cura a mi mal de amores. Y admito que fue mi perdición ya que en ese profundo lugar encontré, después de mucho buscar, ni más ni menos que una nueva pena que pudriría mi corazón para el resto de mi eternidad.

lunes, 4 de mayo de 2009

Paciencia

¿Qué mirás?

Porque la paciencia es mi aliada y en la enciclopedia de mi vida, no amar jamás significará la guerra.