
Dicen las malas lenguas que para llegar hasta Thurmekhalaâbar no es necesario conocer el camino, ni la dirección ni el lugar. Cuentan las historias que tan solo hace falta con encontrarse una noche en el cause de dos arroyos, a la luz de la luna y en un día de primavera. Si las condiciones están dadas entonces en el árbol más alto un cuervo se posará y graznará, pidiendo ser seguido.
Es la única manera, dicen, de llegar hasta la Ciudad donde se encuentra el más grande y antiguo mercado de almas que jamás haya existido. Allí, comandado por un tirano y perverso señor, se encuentra en el fondo de un valle desértico miles y miles de casas labradas en la propia roca. Iglesias de santas y demoníacas deidades conviven en paz y las pequeñas casas de bajos techos albergan personas de pasados oscuros.
En el medio de Thurmekhalaâbar (también llamada "El Terrario de la Codicia") se levanta todos los días del año un gran y extenso mercado. Sus tiendas de lino y seda aguantan los calurosos vientos de primavera y otoño, ofreciendo sus servicios a todos los viajeros que hasta allí lograron llegar.
Y no es un lugar cualquiera. En este sitio, regido por la avaricia y la ambición, luchan las necesidades más extrañas de la tierra. Como si fuese un pacto entre el bien y el mal, solamente allí puede la gente lucrar con aquello que nadie puede ver o tocar.
Angostos pasillos de adoquines se cruzan por doquier. La gente, sucia y cansada vaga con las manos repletas de monedas de oro, plata o cualquier otra cosa que sirva de material de pago o trueque.
En Thurmekhalaâbar y con un pequeño morral que contenía mi más grande tesoro, fui en búsqueda de una cura a mi mal de amores. Y admito que fue mi perdición ya que en ese profundo lugar encontré, después de mucho buscar, ni más ni menos que una nueva pena que pudriría mi corazón para el resto de mi eternidad.
Es la única manera, dicen, de llegar hasta la Ciudad donde se encuentra el más grande y antiguo mercado de almas que jamás haya existido. Allí, comandado por un tirano y perverso señor, se encuentra en el fondo de un valle desértico miles y miles de casas labradas en la propia roca. Iglesias de santas y demoníacas deidades conviven en paz y las pequeñas casas de bajos techos albergan personas de pasados oscuros.
En el medio de Thurmekhalaâbar (también llamada "El Terrario de la Codicia") se levanta todos los días del año un gran y extenso mercado. Sus tiendas de lino y seda aguantan los calurosos vientos de primavera y otoño, ofreciendo sus servicios a todos los viajeros que hasta allí lograron llegar.
Y no es un lugar cualquiera. En este sitio, regido por la avaricia y la ambición, luchan las necesidades más extrañas de la tierra. Como si fuese un pacto entre el bien y el mal, solamente allí puede la gente lucrar con aquello que nadie puede ver o tocar.
Angostos pasillos de adoquines se cruzan por doquier. La gente, sucia y cansada vaga con las manos repletas de monedas de oro, plata o cualquier otra cosa que sirva de material de pago o trueque.
En Thurmekhalaâbar y con un pequeño morral que contenía mi más grande tesoro, fui en búsqueda de una cura a mi mal de amores. Y admito que fue mi perdición ya que en ese profundo lugar encontré, después de mucho buscar, ni más ni menos que una nueva pena que pudriría mi corazón para el resto de mi eternidad.