martes, 28 de abril de 2009

Diálogos a la vera del arroyo

En el día número doscientosnoventaynueve del solsticio primero del decimosegundo mes del año setescientoscuatro antes de la caída llegué casi por casualidad al cruce de dos caminos. Mejor dicho, fue una absoluta coincidencia ya que no tenía plan alguno de estar parado en ese preciso lugar en ese exacto momento. Haber decidido ir a la izquierda o a la derecha, realmente no había pasado por mi cabeza hasta entonces.

Dubitativo en el lugar, preferí tomarme el debido tiempo para pensar y decidí sentarme y desayunar tranquilo. El día era hermoso y soleado, cielo azul turquesa y una leve brisa de primavera. Me senté bajo la copa de un gran árbol abovedado de quien sabe cuantos siglos de vida. Saqué de mi mochila unas galletas y me recosté contra el tronco determinado a descansar y pensar.

Recuerdo entonces que no iba por la segunda galleta cuando algo perturbó mi meditar. Desde lo profundo de uno de los caminos, metiéndose por un sendero cubierto de árboles, se escuchaba un lejano pero claro llanto. No pude sentirme ajeno, hacia mucho tiempo que no veía ni hablaba con nadie. Tomé mis cosas y con cautela tomé el camino de la derecha.

A medida que me adentraba, el sollozo se hacía más evidente. No debí caminar mucho para encontrarme de pie y levemente escondido, totalmente sorprendido al ver a una joven belleza, de dorados cabellos y totalmente desnuda, sufriendo sobre una roca al costado de un cristalino arroyo.

Extrema debe haber sido su tristeza ya que no advirtió mi presencia. Dando un paso hacia adelante y cubriendo mi cara para no tentarme, pregunté:

- Discúlpeme, pero desde lejos que oigo sus lamentos, ¿es que acaso hay algún problema?

Ella se sorprendió al verme y corrió rápidamente hasta una pequeña pila re ropa. Levantó un camisón y se ocultó detrás de una piedra.

- No era mi intención interrumpirla, dije, pero simplemente vine a ver si alguien necesitaba ayuda. Ya es hora de que siga mi camino...

- No! me respondió mientras aparecía nuevamente, vestida. Si es ayuda la que me ofreces, entonces la acepto. Me haría bien un oído compañero.

Y nos sentamos sobre la misma roca en la cual la había descubierto. Me miró fijo y noté que detrás de su hermosura había escondida una terrible depresión..

- ¿Que sucede?

- ¿Alguna vez has cometido errores? me preguntó

- Muchas veces, le respondí.

- ¿Y te han perdonado? ¿Puedes vivir con el peso de...

Interrumpí. No entendía.

- He traicionado, me dijo. He clavado un puñal en la espalda de aquellos quienes confiaban en mí. He envenenado sus oídos con palabras de serpiente y por eso pago mi condena. Pero... pero... jamás fue mi intención. Jamás lo planeé, no fue a propósito. Y simplemente intenté navegar en una tormenta, tomando decisiones extremas en momentos extremos... pero he cometido terribles errores y por eso la indiferencia tocó a mis puertas.

- Lo siento. fue lo único que se me ocurrió decir.

- Es que ya no está en mi. No tuve derecho a réplica ni perdón. Dime, si alguien traiciona sin saberlo y se da cuenta cuando es demasiado tarde... ¿es acaso culpable? Juro que no fue con intención malvada. Mi corazón jamás se oscureció hasta darse cuenta de lo que había hecho... Ensucié mis manos sin saberlo y por tal acto se me niega un perdón. ¿No puede uno aprender de sus errores?

Era verdad. Aquella a quien acusaban ahora me enseñaba sobre la misericordia.

...

martes, 21 de abril de 2009

Erés tú, dijo.

Grandes columnas de marmol blanco se levantaban a mi paso. Escalones y escalones subian la montaña, grandes cuencos de aceite encendido iluminaban el camino. Ese día se me ocurrió pasear por los panteones de los dioses.

No era mi costumbre visitarlos, y ellos se sorprendieron al verme. Señores de incontables deidades se enteraron de mi presencia. Algunos de ellos sonrieron, otros, maldicieron. Y claro, no con todos mantenia la mejor relación, sin embargo, ninguno de ellos ni siqueira el más poderoso podia imperdirme avanzar.

Bajo los cielos y las nubes, mujeres exhuberantes de finas curvas y larguísimos cabellos salian a mi encuentro. Traian consigo canastas llenas de manjares, muchos desconocidos por paladares mortales. Desde dátiles hasta las uvas mas jugosas, pasteles, quesos, dulces y vinos. Lo que deseara para satisfacer mis antojos.

No fuí con intenciones de llenar mis necesidades asi que amablemente rechazé las hembras y sus tentaciones. Me abrí paso entre los niños y continúe subiendo escaleras.

- Eres tú, dijo una voz.

Me di vuelta y observé con cuidado. De una gran puerta abovedada salió un hombre de largos pelos grises por el tiempo. Su nombre era Kir Kahel y su dias habian terminado hace incontables siglos.

- Soy yo y sabes a que vengo, contesté, no te interpongas en mi camino puesto que lo que me trae de nada te incumbe anciano.

Me di vuelta y me preparé para continuar, pero me interrumpió.

- Eres necio. A quien buscas aquí jamás encontrarás. No se atreve a entrar.


¿Decia acaso la verdad? De seguro que si, no habia dudas... pero notó la duda en mi cara.

- ¿A dónde debo ir entonces, compañero?


- Tu compañero no soy ni jamás lo seré. La respuesta te brindaré, y no de amable que soy. Pero recuerda que estarás en deuda conmigo.


- Que asi sea...


- En las profundidades de la tierra, allí donde no llega ni el sol ni la esperanza, en el último círculo de nuestros miedos, charlan ellos dos. Negocian vidas. Él se las pide, el otro se las consigue. Ya sabes de que hablo...


Con un discreto movimiento de mi cabeza dí las gracias y me dispuse a volver.

lunes, 20 de abril de 2009

Diálogos inconclusos

Un largo y frío pasillo, interminable. Puertas enfrentadas, de color blanco y picaporte de plata. Un hombre, vestido de traje a medida, color negro sombra y una corbata haciendo juego. Guantes, una galera y un bastón.

Clac.

El sonido llegó hasta mí. El hombre abre una puerta y desaparece.

Clac.

Otra puerta se abre, más cercana, y la misma figura se muestra. Esta vez se saca la galera y me mira con dureza. Cabellos lacios engominados hacia atrás, una tez pálida y unos ojos azules que no demostraban absolutamente nada.

Abre la puerta contigua y no lo veo más.

¿Cuánto tiempo pasó? No tengo idea de nada, no se donde estoy ni a quien vi. ¿En que puerta se mostrará ahora? ¿Será la cuarta de la izquierda o la octava de la derecha?

Por la segunda a mi diestra, finalmente.

Allí de pie ante mí, entendí que debía sentir miedo.

- ¿Sientes miedo?

El silencio se cortó.

No supe responder… atiné a titubear pero rápidamente me interrumpió.

- Debes sentirlo. No debe darte vergüenza. No soy nadie que hayas visto jamás, quizás alguien que alguna vez imaginaste. Soy quien soy, no intento negarlo.


Me quedé callado. Deseaba escuchar más, y a la vez, empezar a correr.

- Es terrible para ti, joven, encontrarme en esta situación. Ante las puertas del destino, aquellas que deciden tu camino, me ves como a un semejante. Veo en tus ojos y leo tu corazón. Me temes y deseas huir.


Bajó la cabeza. Su rostro no mostraba ninguna expresión, una mirada torva y unos labios finos. Piel perfecta y casi transparente. El hombre se sacó un guante y dejó ver unos dedos largos y finos, hermosos. Dirigió su mano al bolsillo, tomó un reloj y dijo:

- Y haces bien, hijo, tu miedo está justificado.

viernes, 17 de abril de 2009

Guía medica a los pensamientos más escondidos

- Eres mía pequeña.

Y la soltó con fuerza, riendo con desprecio.

Ella lloraba contra el frio y sucio suelo de adoquines, entre ratas y suciedad. Escupia sangre y baba, lágrimas y lamentos. Rasguñaba la pared y nada pero nada la salvaria de él.

El hombre se acercó a una mesa y dispuso a trabajar. Lentamente se sacó la corbata y se arremangó la camisa. La observó una vez más por sobre su hombro izquierdo y tronó con otra carcajada.

Procedió entonces a colocarse un par de guantes de latex y a calentar una marmita al fuego.

- ¿Por dónde deseas comenzar? Vamos pequeña, que no te he hecho nada aún. Miralo desde el punto de vista de alguien que vive hasta ver la muerte presentarse en persona, tienes la posibilidad de charlar, discutir, proponer... me haria muy bien un poco de compañia.


Ella solamente sollozaba.

- Pequeña... lo disfrutarás, verás que si. Eres demasiado joven como para entenderlo. Algún dia me sabrás perdonar y aunque nunca vuelvas a ser la misma, la semilla de la perversión que crecerá en ti no tendrá fin. Serás la princesa, mi reina, para siempre mia.

miércoles, 15 de abril de 2009

Los 8 bastardos

Los ocho bastardos caminaban todos los dias por los fríos y ásperos caminos de ceniza que bordeaban el ya apagado volcán. Tapados con pañuelos para evitar respirar la inmundicia del aire, los hermanos cruzaban la provincia de Hunsh llueva o truene, bordeando los picos blancos de La Dentadura de Lobo y bajando por los acantilados de Rham.

Los dos mas grandes, mellizos ellos, siempre iban separados en la fila que formaban durante los viajes. Uli-Uli tenía su luagar, siempre adelante y guiando al grupo, orgulloso de considerarse el más sabio de todos. Al final y cuidando de que nadie tropiece, Uli-Eth daba cada paso mecánicamente, acostumbrada y callada, siempre atenta.

El resto de los seis hijos sin padre no tenían nombre ni jamás lo tuvieron. Simplemente nacieron, todos ellos en dias de eclipse. Tres de ellos, los hombres, vieron la oscuridad de día (cuando este se convertía a noche) y el trío de mujeres vió la luz cuando la luna fue devorada por el sol.

Hijas de la Luna e Hijos del Sol los llamaban, y así los conocieron las pocas personas que sabían quienes eran.

martes, 14 de abril de 2009

$ (cuatro)

En una mesa redonda bajo la luz de la velas, cuatro personas se miraban fijamente. Uno, de tapado oscuro y sombrero, encendia un cigarrillo mientras el humo escondia su rostro. A su derecha, un hombre de menor estatura jugaba con un gran anillo de su dedo angular izquierdo. El tercero, enfrentado al primero, contaba un gran fajo de billetes, uno a uno. Al llegar a cien, observaba al resto y comenzaba con uno nuevo. Por último, una mujer, de lacios pelos rubios y labios rojos como la misma sangre.

Nadie decia nada, nadie respiraba. Nadie interrumpia, nadie proponia.

miércoles, 8 de abril de 2009

Los tristes y los caídos

He vencido incontables batallas, he triunfado ante todos mis enemigos. Soy temido y respetado, odiado y amado. Mi palabra es consejo y maldición, y mi voz se expande como un relámpago entre aquellos que desean escucharme, ya sea por aprecio o por desprecio.

He juntado cabezas y he observado en sus ojos ya sin vida. Intenté comprender su fin y poco me importó al entender que mi nombre era sinónimo de muerte y devastación. Aquel que levantó a los suyos buscando la paz y la libertad era hoy quien sembraba el terror bajo el nombre de La Revolución.

Me pregunto algunas noches, cuando no puedo consolidar el sueño, si hubiese sido feliz con ella. Sangro por las heridas del pasado, no hay duda de eso. Ciego el que no quiere ver, y aunque mi frente jamás apunta al suelo y siempre brilla rumbo al sol, sigo siendo un pobre triste corazón roto.

Ella fue mi destrucción, y la única que pudo ante todo mi ejército, indomable e indómita, misteriosa y mortal.

La vida me ha enseñado que incluso el hombre más inteligente no puede superar el tiempo y su paso es efímero entre los nuestros. Quedan entonces las ideas, los actos y los resultados.

Y es por eso que juré venganza, la más lenta y dolorosa de todas, aquella que me traerá placer y borrará las cicatrices del pasado.

miércoles, 1 de abril de 2009

Tempo

La rueda comenzó a girar y los engranajes crujieron al compas del tic tac. La gran estructura tembló y la aguja que marcaba los dias se movió, aunque todos supieron que no había caso. El tiempo se habia detenido ¿Cómo es eso posible?

Todos los presentes tenian la mirada fija en la gran estructura de piedra y madera que se levantaba en la mitad misma de la plaza, en el corazón de la ciudad. Pero no sucedia nada, el tiempo no pasaba.

Y sucedió lo esperado. Una mujer, de sombrero y vestido largo soltó un alarido de terror. El terrible grito se elevó por los aires y heló la sangre del público. Segundos mas tarde, o quizas horas, o dias, o años, o al mismo tiempo (ya que no habia noción del mismo) todo el mundo entró en pánico.

Y de repente, el caos.

Astemia irracional coherente

En un nuevo artículo escrito por la doctora y especialista Ellis Groenberg en la publicación del mes de diciembre de la revista temática Dedicated, nos habla de la aceptación y autosuficiencia del sistema neurótico. Esto, llevado a la práctica y al campo, significa el intento del quiebre de la infelicidad. ¿Es entonces que alguien puede superar sus problemas al construirles una barrera ficticia?

Sin desmerecer a la autora, recopilé varios textos de Romerê, Patrick Jhonnas y el ya fallecido Michael Anvert. En ellos pude descifrar, quizás, lo que yo considero el camino correcto a la eterna búsqueda de la felicidad (eterna). Durante toda la existencia de la humanidad que se pleantean los porqués del existencialismo y hasta el día de hoy nadie habia conseguido respuestas satisfactorias (ni siquiera en el marco de la ciencia).

El bimestral escandinavo de Goteborg pareció interesarse en mis ideas pero al tiempo perdí el contacto. Lo mismo sucedió con la Gazzeta Medici en Roma y Zeitung und Psychologie en Berlin. Es entonces evidente lo que sucede.

Yo, como esta constatado en cada uno de mis reportes, creo haber encontrado el camino que lleva a la victoria sobre la depresión y la neurosis humana, aquella que genera depresión y recae en una aguda afásia para demostrar lo que nos sucede. Y ser el descubridor de semejante llave a las puertas de todos los interrogantes, es peligroso.

¿Quién puede decirme qué llevó a editores de Italia, Alemania y Suecia a descartar y archivar para siempre mis ideas? Quizas la sociedad no esté lista para superarse.

Como haria cualquier profesional, habrá que trabajar la mente de las personas de a poco, logrando que ellos mismos se percaten de sus errores hasta que, algun dia, logren sonreir y abandonar el diván.

Fëadungurth

(Crónicas de Frili)

“En una gran estancia en el interior de las montañas de la Tierra Media, Aulë, el herrero de los valar, creó a los siete padres de los enanos durante las edades de la oscuridad, cuando Melkor y sus servidores de Utumno y Angbad dominaban toda la Tierra Media.

Por tanto, Aulë hizo a los enanos fuertes e intrépidos, insensibles al frió y al fuego, y más resueltos que las razas que los siguieron. Aulë conocía el alcance de la vileza de Melkor, de modo que otorgó a los enanos perseverancia, espíritu indómito, tenacidad para trabajar y capacidad para resistir penalidades. Eran valientes en el combate y poseían un orgullo y una fuerza de voluntad inquebrantables.

Los enanos se dedicaban a la minería, a la construcción y a la metalurgia; además, tallaban la piedra prodigiosamente. Estaban bien dotados para las artes de Aulë, que había dado forma a las montañas, pues eran fuertes, de luenga barba y fornidos, aunque no altos, pues oscilaban entre el metro veinte y el metro cincuenta de estatura.

Puesto que su tarea era larga, se les concedió una vida de dos siglos y medio; sin embargo, eran mortales, y también podían morir en combate.

Aulë hizo a los enanos sabios en el conocimiento de sus artes y les dio una lengua propia llamada Khuzdul. En ese idioma Aulë se llamaba Mahal, y los enanos, khazâd, pero era una lengua secreta, desconocida, con la excepción de unas pocas palabras, para todos los que no fueran enanos, pues estos la preservaban celosamente.

Los enanos estuvieron siempre agradecidos a Aulë y lo reconocían como su creador, sin embargo, quien les dio la verdadera vida fue Ilúvatar.”


Al terminar de pronunciar las palabras secretas que abrian la entrada, la gran pared de roca negra comenzó a iluminarse y en ellas aparecieron finas inscripciones que alguna vez con tanta dedicación había tallado Kisserin. Ante ellos, la forja entornó sus puertas y le permitió el paso a su creador.

Sin mirar hacia atrás, el enano, su hijo y su fiel servidor entraron en lo más profundo de Minas Marrakesh. A sus espaldas 150 enanos ataviados parala batalla al mando de Gumlai los vieron desaparecer en la oscuridad.

- Contemplad hijo! Ante ti se levantan los techos de Baraz-in-Zârambizar, el gran lago de fuego el cual yo mismo descubrí y al cual tantos años dediqué, tallando y tallando sus paredes. En este lugar yacen mis más grandes secretos y alguna vez fue la prisión del hijo de Darion el Impío! Una estancia digna de Telchar de Tumunzahar!


Y una vez dicho esto, el enano de largas barbas se quitó la armadura y la apoyo con sumo cariño a un costado. Dejó sus armas, a las cuales miró por última vez, se calzó unos grandes guantes de herrería y se acercó hasta el comienzo de un largo pero angosto puente de piedra negra que llevaba hasta una plataforma aislada en el medio de la lava incandescente en el mismo corazón de la montaña. Allí y al calor del fuego mortal se podía divisar una pequeña forja. Grandes puntas de piedra filosa guardaban las herramientas, martillos, tenazas, tajaderas, escuadradotas, un gran yunque y una fragua. También había dos grandes libros. Uno, regalo de Gumlai, el libro de Belegost. El otro, más grande y pesado aún, contenía todos los secretos de Kisserin.

El enano cruzó entonces el puente y se dirigió hasta la herrería. Tomó el martillo, sostuvo las tenazas y se puso a forjar.

Los dias y las noches pasaron, y mientras Frili, hijo de Kisserin, registraba todo lo sucedido con atención, su padre golpeaba y golpeaba el metal, sin dormir y sin descansar. El fuerte calor ya no hacia daño en su piel ni chamuscaba sus largas barbas. Su carcajada se escuchaba atronadoramente en los techos del salón, como si tuviese todo finamente planeado. Tras unos dias de ininterumpido trabajo, el enano ya había terminado con lo que parecía una larga hoja plateada, afilada como nunca jamás se había visto en el Valle Azul.

- Hijo, aquí guardé durante mucho tiempo todos los saberes sobre el demonio del Oeste, aquel que vino gracias a la lástima de los elfos buscando venganza. Su poder es de antaño pero yo, Kisserin, gracias a años y años de estudio, aprendí a controlarlo y vencerlo. Acercadme los fragmentos de la espada de Azazel.


Y entonces Frili cruzó el puente y le acercó seis partes de metal opaco y un mango de espada. Algunos yacían allí antes de la caída, puesto que el enano había guardado tres fragmentos, aquellos que fueron cedidos a Gumlai, Omín y a él mismo. Los restantes habían sido guardados por Ashtra, la elfa.

Kisserin los tomó y guardándose el último, los arrojó al fuego mismo donde en voz alta pronunció unas oscuras palabras. La sala se iluminó y las llamas crecieron hasta el punto de parecer un mar incandescente. Tomó los martillos de Ostinedhil y una vez más golpeó con todas su fuerzas el pálido acero que brillaba iluminando su tuerto rostro.

- Será esta mi ultima gran creación, más imponente aún que todo lo que he creado hasta ahora y aquel que se considere lo suficiente idóneo para blandirla entonces se enamorará y esta espada solo responderá a él y nadie más.


Mientras recitaba estas palabras, con un pequeño cincel dibujaba finas y entrelazadas hebras sobre el filo de la hoja. Sus años de orfebre lo habian vuelto un enano muy meticuloso y destinaba horas y horas al detalle y la perfección. Totalmente obsesivo por su obra, al mango lo dejó tal cual estaba excepto por una piedra roja que decoraría la empuñadura, uniendo la base con la parte mortal, esta última terriblemente trabajada.

- Esta espada tiene un destino, hijo, y el mundo la conocerá como Fëadûngurth. Aunque para nosotros, los Naugrim del Valle tendrá otro nombre y nadie mas que los nuestros lo sabrán.


Una vez más el herrero se concentró en su trabajo, martillando y martillando sin parar. En lo profundo del valle, Kisserin trabajaba en una única espada, aquella que seria destinada a una única persona. Éste vería la obra de arte y se enamoraría, ya que había sido forjada para él y para nadie más.


Durante treinta dias y treinta noches el herrero forjó el metal, consumiendo de a poco todas sus fuerzas y sus ganas de vivir. Con cada golpe las arrugas se iban abriendo paso en su cara, y cuando se sintió débil y cansado y sus barbas ya se habian convertido en blancas hasta el suelo, entonces supo que su creación había sido terminada. Con una última mirada a su hijo, el cual había sido el orgullo de su vida, y sabiendo que había dado todo de si, dijo en voz alta:

- Este es mi final, hijo. Aquí termina la historia de mi vida y comienza la tuya. Kheled! Mi más fiel servidor! Juntad todas mis cosas, ahora de mi hijo! Llevad el libro de Belegost, los martillos de Ostinedhil y el libro de los secretos a algún lugar seguro. Jamás olvides mis enseñanzas. Y por siempre recuerda mis últimas palabras, PACIENCIA Y PERSEVERANCIA.


Entonces Kisserin se acercó a la espada, la cual reposaba brillante sobre el yunque, y se sentó a un costado. Tomó una pequeña daga y haciéndose un corte en la mano, derramó gota a gota su sangre en la afilada hoja hasta quedar seco y moribundo. Con su último aliento, Kisserin había firmado su obra más perfecta.

Es así como Aulë, Mahal para el herrero, vio desde sus estancias como Fëadûngurth fue creada.

Y de repente, cuando la última gota de vida cayó sobre la espada, todo comenzó a temblar. Kisserin había dado toda su sangre y Aulë había aceptado el sacrificio. Y como los poderes de la forja estaban atados a la vida misma del herrero, la sala comenzó a temblar.

Frili, con lágrimas en los ojos, corrió a lo largo del puente. Juntó rápidamente todas las posesiones de su padre, ahora suyas, y volvió con toda prisa. El techo comenzó a desmoronarse y a caer sobre sus cabezas. Su guardián Kheled fue rápidamente a su alcance y, de no ser por su escudo, entonces una gran roca hubiese terminado con la vida del heredero. Cruzaron el sendero, el cual se desmoronaba a cada paso y en un último respiro lograron llegar hasta las puertas, las cuales se abrieron por una última vez de par en par.

Ya a salvo y mirando hacia atrás, Frili hijo de Kisserin vio a su padre ya sin vida, sentado en una gran silla en lo mas alto de la forja. Iluminado por la tormenta de fuego y lava, el alma del herrero se hundió en el corazón mismo de Minas Marrakesh bajo los fuegos que tanto tiempo encendieron su corazón.

Frili y Kheled dieron media vuelta y escaparon para no volver nunca más y poder contar la historia.