En el día número doscientosnoventaynueve del solsticio primero del decimosegundo mes del año setescientoscuatro antes de la caída llegué casi por casualidad al cruce de dos caminos. Mejor dicho, fue una absoluta coincidencia ya que no tenía plan alguno de estar parado en ese preciso lugar en ese exacto momento. Haber decidido ir a la izquierda o a la derecha, realmente no había pasado por mi cabeza hasta entonces.
Dubitativo en el lugar, preferí tomarme el debido tiempo para pensar y decidí sentarme y desayunar tranquilo. El día era hermoso y soleado, cielo azul turquesa y una leve brisa de primavera. Me senté bajo la copa de un gran árbol abovedado de quien sabe cuantos siglos de vida. Saqué de mi mochila unas galletas y me recosté contra el tronco determinado a descansar y pensar.
Recuerdo entonces que no iba por la segunda galleta cuando algo perturbó mi meditar. Desde lo profundo de uno de los caminos, metiéndose por un sendero cubierto de árboles, se escuchaba un lejano pero claro llanto. No pude sentirme ajeno, hacia mucho tiempo que no veía ni hablaba con nadie. Tomé mis cosas y con cautela tomé el camino de la derecha.
A medida que me adentraba, el sollozo se hacía más evidente. No debí caminar mucho para encontrarme de pie y levemente escondido, totalmente sorprendido al ver a una joven belleza, de dorados cabellos y totalmente desnuda, sufriendo sobre una roca al costado de un cristalino arroyo.
Extrema debe haber sido su tristeza ya que no advirtió mi presencia. Dando un paso hacia adelante y cubriendo mi cara para no tentarme, pregunté:
- Discúlpeme, pero desde lejos que oigo sus lamentos, ¿es que acaso hay algún problema?
Ella se sorprendió al verme y corrió rápidamente hasta una pequeña pila re ropa. Levantó un camisón y se ocultó detrás de una piedra.
- No era mi intención interrumpirla, dije, pero simplemente vine a ver si alguien necesitaba ayuda. Ya es hora de que siga mi camino...
- No! me respondió mientras aparecía nuevamente, vestida. Si es ayuda la que me ofreces, entonces la acepto. Me haría bien un oído compañero.
Y nos sentamos sobre la misma roca en la cual la había descubierto. Me miró fijo y noté que detrás de su hermosura había escondida una terrible depresión..
- ¿Que sucede?
- ¿Alguna vez has cometido errores? me preguntó
- Muchas veces, le respondí.
- ¿Y te han perdonado? ¿Puedes vivir con el peso de...
Interrumpí. No entendía.
- He traicionado, me dijo. He clavado un puñal en la espalda de aquellos quienes confiaban en mí. He envenenado sus oídos con palabras de serpiente y por eso pago mi condena. Pero... pero... jamás fue mi intención. Jamás lo planeé, no fue a propósito. Y simplemente intenté navegar en una tormenta, tomando decisiones extremas en momentos extremos... pero he cometido terribles errores y por eso la indiferencia tocó a mis puertas.
- Lo siento. fue lo único que se me ocurrió decir.
- Es que ya no está en mi. No tuve derecho a réplica ni perdón. Dime, si alguien traiciona sin saberlo y se da cuenta cuando es demasiado tarde... ¿es acaso culpable? Juro que no fue con intención malvada. Mi corazón jamás se oscureció hasta darse cuenta de lo que había hecho... Ensucié mis manos sin saberlo y por tal acto se me niega un perdón. ¿No puede uno aprender de sus errores?
Era verdad. Aquella a quien acusaban ahora me enseñaba sobre la misericordia.
Dubitativo en el lugar, preferí tomarme el debido tiempo para pensar y decidí sentarme y desayunar tranquilo. El día era hermoso y soleado, cielo azul turquesa y una leve brisa de primavera. Me senté bajo la copa de un gran árbol abovedado de quien sabe cuantos siglos de vida. Saqué de mi mochila unas galletas y me recosté contra el tronco determinado a descansar y pensar.
Recuerdo entonces que no iba por la segunda galleta cuando algo perturbó mi meditar. Desde lo profundo de uno de los caminos, metiéndose por un sendero cubierto de árboles, se escuchaba un lejano pero claro llanto. No pude sentirme ajeno, hacia mucho tiempo que no veía ni hablaba con nadie. Tomé mis cosas y con cautela tomé el camino de la derecha.
A medida que me adentraba, el sollozo se hacía más evidente. No debí caminar mucho para encontrarme de pie y levemente escondido, totalmente sorprendido al ver a una joven belleza, de dorados cabellos y totalmente desnuda, sufriendo sobre una roca al costado de un cristalino arroyo.
Extrema debe haber sido su tristeza ya que no advirtió mi presencia. Dando un paso hacia adelante y cubriendo mi cara para no tentarme, pregunté:
- Discúlpeme, pero desde lejos que oigo sus lamentos, ¿es que acaso hay algún problema?
Ella se sorprendió al verme y corrió rápidamente hasta una pequeña pila re ropa. Levantó un camisón y se ocultó detrás de una piedra.
- No era mi intención interrumpirla, dije, pero simplemente vine a ver si alguien necesitaba ayuda. Ya es hora de que siga mi camino...
- No! me respondió mientras aparecía nuevamente, vestida. Si es ayuda la que me ofreces, entonces la acepto. Me haría bien un oído compañero.
Y nos sentamos sobre la misma roca en la cual la había descubierto. Me miró fijo y noté que detrás de su hermosura había escondida una terrible depresión..
- ¿Que sucede?
- ¿Alguna vez has cometido errores? me preguntó
- Muchas veces, le respondí.
- ¿Y te han perdonado? ¿Puedes vivir con el peso de...
Interrumpí. No entendía.
- He traicionado, me dijo. He clavado un puñal en la espalda de aquellos quienes confiaban en mí. He envenenado sus oídos con palabras de serpiente y por eso pago mi condena. Pero... pero... jamás fue mi intención. Jamás lo planeé, no fue a propósito. Y simplemente intenté navegar en una tormenta, tomando decisiones extremas en momentos extremos... pero he cometido terribles errores y por eso la indiferencia tocó a mis puertas.
- Lo siento. fue lo único que se me ocurrió decir.
- Es que ya no está en mi. No tuve derecho a réplica ni perdón. Dime, si alguien traiciona sin saberlo y se da cuenta cuando es demasiado tarde... ¿es acaso culpable? Juro que no fue con intención malvada. Mi corazón jamás se oscureció hasta darse cuenta de lo que había hecho... Ensucié mis manos sin saberlo y por tal acto se me niega un perdón. ¿No puede uno aprender de sus errores?
Era verdad. Aquella a quien acusaban ahora me enseñaba sobre la misericordia.
...