Grandes columnas de marmol blanco se levantaban a mi paso. Escalones y escalones subian la montaña, grandes cuencos de aceite encendido iluminaban el camino. Ese día se me ocurrió pasear por los panteones de los dioses.
No era mi costumbre visitarlos, y ellos se sorprendieron al verme. Señores de incontables deidades se enteraron de mi presencia. Algunos de ellos sonrieron, otros, maldicieron. Y claro, no con todos mantenia la mejor relación, sin embargo, ninguno de ellos ni siqueira el más poderoso podia imperdirme avanzar.
Bajo los cielos y las nubes, mujeres exhuberantes de finas curvas y larguísimos cabellos salian a mi encuentro. Traian consigo canastas llenas de manjares, muchos desconocidos por paladares mortales. Desde dátiles hasta las uvas mas jugosas, pasteles, quesos, dulces y vinos. Lo que deseara para satisfacer mis antojos.
No fuí con intenciones de llenar mis necesidades asi que amablemente rechazé las hembras y sus tentaciones. Me abrí paso entre los niños y continúe subiendo escaleras.
- Eres tú, dijo una voz.
Me di vuelta y observé con cuidado. De una gran puerta abovedada salió un hombre de largos pelos grises por el tiempo. Su nombre era Kir Kahel y su dias habian terminado hace incontables siglos.
- Soy yo y sabes a que vengo, contesté, no te interpongas en mi camino puesto que lo que me trae de nada te incumbe anciano.
Me di vuelta y me preparé para continuar, pero me interrumpió.
- Eres necio. A quien buscas aquí jamás encontrarás. No se atreve a entrar.
¿Decia acaso la verdad? De seguro que si, no habia dudas... pero notó la duda en mi cara.
- ¿A dónde debo ir entonces, compañero?
- Tu compañero no soy ni jamás lo seré. La respuesta te brindaré, y no de amable que soy. Pero recuerda que estarás en deuda conmigo.
- Que asi sea...
- En las profundidades de la tierra, allí donde no llega ni el sol ni la esperanza, en el último círculo de nuestros miedos, charlan ellos dos. Negocian vidas. Él se las pide, el otro se las consigue. Ya sabes de que hablo...
Con un discreto movimiento de mi cabeza dí las gracias y me dispuse a volver.
No era mi costumbre visitarlos, y ellos se sorprendieron al verme. Señores de incontables deidades se enteraron de mi presencia. Algunos de ellos sonrieron, otros, maldicieron. Y claro, no con todos mantenia la mejor relación, sin embargo, ninguno de ellos ni siqueira el más poderoso podia imperdirme avanzar.
Bajo los cielos y las nubes, mujeres exhuberantes de finas curvas y larguísimos cabellos salian a mi encuentro. Traian consigo canastas llenas de manjares, muchos desconocidos por paladares mortales. Desde dátiles hasta las uvas mas jugosas, pasteles, quesos, dulces y vinos. Lo que deseara para satisfacer mis antojos.
No fuí con intenciones de llenar mis necesidades asi que amablemente rechazé las hembras y sus tentaciones. Me abrí paso entre los niños y continúe subiendo escaleras.
- Eres tú, dijo una voz.
Me di vuelta y observé con cuidado. De una gran puerta abovedada salió un hombre de largos pelos grises por el tiempo. Su nombre era Kir Kahel y su dias habian terminado hace incontables siglos.
- Soy yo y sabes a que vengo, contesté, no te interpongas en mi camino puesto que lo que me trae de nada te incumbe anciano.
Me di vuelta y me preparé para continuar, pero me interrumpió.
- Eres necio. A quien buscas aquí jamás encontrarás. No se atreve a entrar.
¿Decia acaso la verdad? De seguro que si, no habia dudas... pero notó la duda en mi cara.
- ¿A dónde debo ir entonces, compañero?
- Tu compañero no soy ni jamás lo seré. La respuesta te brindaré, y no de amable que soy. Pero recuerda que estarás en deuda conmigo.
- Que asi sea...
- En las profundidades de la tierra, allí donde no llega ni el sol ni la esperanza, en el último círculo de nuestros miedos, charlan ellos dos. Negocian vidas. Él se las pide, el otro se las consigue. Ya sabes de que hablo...
Con un discreto movimiento de mi cabeza dí las gracias y me dispuse a volver.